En la estancia reinaba un silencio incómodo, un silencio burdo,
un silencio mantenido por el miedo de voces acalladas por la mentira que teme a
pronunciar la verdad. Tres figuras se situaban alrededor de la mesa, pero un
asiento vacío daba a entender que ausentaba una silueta en la sala, y era su vacío
el origen de aquel silencio, mas solo las dos figuras más longevas eran
conscientes de lo que aquello significaba, pero la menor, ajena a los
problemas, sin importarle si el mundo se venía abajo, solo se interesaba por
una cosa en aquel momento y era juguetear con la comida. Pero aquel silencio
estaba comenzando a resultar demasiado incómodo y para romperlo decidió
pronunciar la frase que hasta entonces todos habían procurado evitar.
-¿Cuándo creéis que vendrá papá? –preguntó el muchacho con
voz indecisa.
-¡Jah! Qué ingenuo… –dijo con tono burlón la joven, se
trataba de una muchacha de unos aproximados trece años de edad, sus cabellos
eran negros como el carbón y sus ojos del color de la arena humedecida por las
olas– Papá no va a venir, nunca lo hará. Me temo que se podría decir que… acaba
de pasar a mejor vida.
-¡Lithien! –le reprochó entre dientes su madre.
-Por favor, ¿qué quieres? ¿Ocultárselo para que cuando
crezca el palo que se lleve sea mayor? Además no finjas que no te has dado
cuenta, tú también sabías que era una trampa y que cuando padre subió a aquella
montura sentenció inmediatamente su vida a la muerte. Todavía no logro creer
que no se diese cuenta… tenía que protegernos… y mira lo que ha logrado…
¡Que ahora los que vayamos a morir seamos nosotros!
-¡YA BASTA JOVENCITA! ¡CALLA DE UNA VEZ! –sentenció la mujer
levantándose de golpe según propinaba un puñetazo a la mesa.
-Mamá… ¿Es verdad lo que dice Lithien? ¿Es verdad que papá
esta…? –enmudeció de repente, tragó saliva, mientras que a su vez las lágrimas
comenzaban a asomar tímidas por sus ojos azul cian. Se levantó bruscamente y
salió corriendo hacia su habitación cubriéndose el rosto con un brazo.
-¡Genial! Te sentirás orgullosa Lithien, ya has conseguido
lo que te proponías. Enhorabuena –enunció su madre con un tono de voz frío como
una noche de invierno y, sin pensárselo ni un momento, marchó tras el muchacho
para consolarlo. Mas en la estancia volvió a reinar aquel silencio, solo que
ahora el vacío era mayor, mucho mayor.
Se oían los sollozos de la desesperación tras la puerta y la
mujer sabía cómo actuar, pues iba en su ser comprender a aquello que era una
parte de ella. Abrió la puerta con delicadeza y asomó su semblante, sin entrar
del todo en la estancia. No cabía duda que era una sala acogedora, y por todas sus
paredes había colgados mapas del globo, planos de navegación, barcos de madera
realizados con sumo cuidado y delicadeza, pergaminos sobre cabuyería… y en el
techo se situaban retratadas a la perfección todas y cada una de las estrellas
que componen el firmamento.
-¿Se puede abordar la nave capitán? –preguntó su madre con
una cálida sonrisa.
-Si el barco se hunde dudo que desee subir, grumete Naidel
–le respondió el muchacho intentando secarse las lágrimas, las cuales no se
daban por vencidas y seguían manando de sus ojos.
-Si se me permite la indiscreción, me gustaría preguntarle…
¿por qué se hunde la nave, capitán?
-No es fácil de explicar… Haber, esta embarcación fue
construida por papá… digo el capitán Asterd y yo. Pero para construirla, cada
uno de nosotros, depositamos un poquito de nuestro ser en ella, y ahora
que Asterd está… –tragó saliva con miedo
a pronunciar aquella desdichada palabra– A la nave le falta una parte, y como
todo el mundo sabe, si a un barco le falta un fragmento del casco éste se hunde
sin remedio. Mas en el código de honor de todo capitán se encuentra el no
abandonar nunca el barco, y si hace falta, hundirse con él. –enunció con una
triste sonrisa.
-¿Y yo no podría hacer nada?
-Me temo que no… ¡espera un momento! Se me acaba de ocurrir
una idea… tal vez si reconstruimos la parte que se ha ido con el capitán
Asterd, hasta el fondo del mar, sustituyéndola por una tuya…
-¿Y cómo lo harías?
-Si no es mucho pedir… me podrías dar un abrazo. –respondió
el muchacho con una tímida sonrisa.
-Jim… –susurró Naidel, mientras se sentaba a su vera para
estrecharle cálidamente.
-No quiero que te vayas nunca, ¿vale?
-Vale.
-¿Me lo prometes? –preguntó el joven un poco más
tranquilo.
-Por supuesto… –le respondió su madre con una triste
sonrisa, a la vez que le acariciaba suavemente el cabello– Siempre estaré a tu
lado, hasta cuando te parezca que es imposible, allí estaré, a tu lado,
cuidando de ti con todo mi ser.
-Gracias… –dijo el muchacho aferrándose con fuerza a su
madre. Pasado un rato se separó con delicadeza de ella y enunció con una
sonrisa– ¿Sabes? Ahora que el barco está arreglado podré llevarte a cualquier
paraje que desees, surcaremos los siete mares y afrontaremos peligros, como los
auténticos bucaneros.
-¿Y qué clase de lugares son esos?
-Mares con aguas cristalinas, espumosas olas suaves,
cubiertos de flores por doquier y con sirenas; sirenas bondadosas, que nos
cantaran baladas del amanecer al anochecer. Islas deshabitadas, y en caso de
estarlo, por salvajes caníbales, pero que a pesar de sus trampas e
inconvenientes guardan en su interior tesoros con abundantes joyas y doblones.
Eso y mucho más… muchísimo más… –dijo el joven con mirada risueña, mientras un
bostezo escapaba tímido por su boca. Su madre sonrió con dulzura y con sutileza
le recostó sobre su lecho cubriéndole, posteriormente, con una manta, a la vez
que posaba un cálido beso sobre su frente. Mas sigilosamente abandonó el cuarto
y cerró la puerta tras ella, para dejar así a su angelito soñando con mundos perfectos,
perfectos pero imposibles…