Era una noche oscura, tenebrosa a pesar de su luna llena.
Era lo que muchos definirían como una noche de horror. El viento silbaba oculto
entre las ramas, jugueteando con las frágiles hojas de los árboles. Reinaba en
los bosques el silencio inquebrantable, un silencio bajo el cual ni el más
mísero búho hacía intención de ulular. Las ramas chillaban agónicas bajo las
pisadas de dos jóvenes inocentes; inocentes por ser niños, inocentes por no
temer la oscuridad. Ambos cogidos de la mano intentaban transmitirse inútilmente
una falsa valentía, procurando ocultar el poder del miedo. Era una noche
oscura, era una noche muerta.
Según iba pasando el tiempo la noche iba tomando posesión de
las almas frágiles, envolviendo sus indefensos corazones con el miedo, y todo
el mundo sabe que el miedo provoca sensaciones extrañas en las personas,
sensaciones que producen cambios…
-Al menos tendrás la decencia de revelarme hacia dónde
vamos, ¿no? ¿O eso tampoco lo puedo saberlo?
-Deja ya ese tema, ¿vale? –le respondió Lithien molesta.
-Tienes razón. Aún no soy lo suficiente maduro como para
tratar temas de adultos, ¿no es cierto? –enunció con voz seca el muchacho.
-Ja-ja. Adoro tu ironía –le respondió con un deje de
desesperación.
-Y yo como eres capaz de mentir…
-Ya vale… –cortó un tanto más tensa.
-No, en serio. Es algo increíble. ¿Cómo una persona puede
ser tan ruin de ocultar a otra algo tan importante para ambos? Hay que ser
cruel para ello, ¿verdad que sí?
-Puedes dejar el tema de una maldita vez.
-¿Qué pasa Lithien? ¿Sientes algo raro? Te daré una pista,
empieza por “cul-” y acaba por “–pa”.
La joven ya no podía más, la ira se iba apoderando de ella hasta
asfixiarla sin remedio. Y en un arranque de cólera sacó el cuchillo que llevaba
siempre en la suela de su bota y arremetió contra su hermano, empujándole
contra un árbol y colocando el filo a la altura del cuello de aquel joven.
-HE DICHO QUE TE CALLES. –sentenció con un tono de voz que
haría temblar hasta el más valiente de los que hoy están bajo tierra.
Mas tan pronto observó el reflejo del terror en las pupilas
de su hermano como se dio cuenta de la situación. Sus ojos se abrieron como
platos mientras dejaba caer el cuchillo al suelo, y junto a él su cuerpo caía
de rodillas como un animal abatido. Se llevó las manos a los oídos y a la vez gritó:
-¡NOOOO! FUERA DE MI MENTE. LARGO. NO ME HAGAS HACER ESTO.
¡NO QUIERO! ¡FUERAAAA!
Resonó aquella voz por el bosque como un chillido amargo,
amargo como la agonía del pánico. Mas sin vacilar su hermano la abrazó
fuertemente mientras le susurraba al oído la canción que su madre le cantaba
cuando era niño, y en la dulce cuna de su voz ella se tranquilizó, pero aún con
ojos vacuos le dijo titubeante y con lágrimas en los ojos:
-Es el miedo… hace cosas raras en mí… me hace perder el
control… soy débil… muy débil… y él fuerte… muy fuerte… ayúdame Jim… ¡Socorro!
Está aquí… –y se señalo la cabeza– No me deja ir… quiero que se calle… ¡HAZ QUÉ
SE CALLE!
-Shhh… –le tranquilizó– No puede hacerte nada, tú eres
fuerte.
-No es cierto… ¡NO ES CIERTO! –chilló mientras se presionaba
aún más los oídos.
-Dile que él no es fuerte. Que le venceremos, porque juntos
podemos.
-Mentira… ¡TODO ES MENTIRA!
-Lithien –sentenció mientras le alzaba la cabeza para
fijarle la mirada– Estoy aquí y por nada del mundo voy a dejar que sucumbas a
él. No te hará daño. Lo juro. Eres mi hermana Lithien… y eso jamás va a
cambiar.
-Abrázame, Jim. Tengo miedo… tengo mucho miedo… –susurró
mientras las lágrimas hacían de sus ojos un mar, y su hermano le estrechaba más
fuerte aún. Intentando transmitirle un poco de tranquilidad. Mas poco a poco
todo se volvió sereno… Dejando oír así unos pasos que corrían hacia ellos como
un cazador hacia su presa.
En aquel momento miles de porciones tintineantes se derramaron
por el pulcro suelo, produciendo un frágil y cristalino sonido que despertó a
la mujer de su letargo. Cuando pudo abrir los ojos logró atisbar, a unos
cuantos pasos de ella, lo que parecía una mancha de carmín que poco a poco iba
conquistando terreno a la vez que se deslizaba segura por el suelo. Y en aquel
momento miles de imágenes aterradoras recorrieron su mente. Mas despertó de lo
que era un mal sueño cuando una voz atronadora retumbó en cada rincón de la
sala.
-¡IMBÉCIL! –bufó colérica una esbelta figura a la que Naidel
conocía insoportablemente bien, mas la escena que con ella se daba resultó para
la mujer bastante cómica. La mancha de carmín no era sino vino, el cual también
había ido a parar al blanco vestido de seda de aquella figura, y a su lado un
joven se disculpaba continuadamente sin dejar de hacer múltiples reverencias
como un autómata que se acaba de estropear y no cesa de repetir y repetir el
mismo movimiento–. Haber Haakon descríbeme qué es lo que tienes en la cara
–sentenció un tanto más serena.
-Boca, nariz, ojos…
-¡Para! ¿Has dicho ojos? Pues pálpatelos entonces.
-Ya está señora –dijo
el muchacho mientras cesaba de frotarse sus temblorosos párpados.
-Bien, ahora que ya sabemos que los tienes… ¿me podrías
explicar para que sirven?
-¿Para ver? –enunció dubitativo el joven.
-¡ENTONCES POR QUÉ NO HACES EL FAVOR DE USARLOS Y MIRAS POR
DÓNDE VAS! ¿¡O es que se te ha fundido el cerebro, inútil!? –inspiró aire
lentamente, se destensó y fijó la vista en Haakon que había caído de rodillas
al suelo y ahora temblaba violentamente–. Mira, yo no quiero desperdiciar el
tiempo contigo y tú quieres seguir con tu vida, así que si quieres nos
olvidamos del tema y ambos salimos beneficiados. Claro, que como vuelvas a
armar alguna de estas… –y deslizó lentamente en índice por su cuello de lado a
lado–. ¿Entendido?
-Por supuesto Emperatriz –declaró firmemente llevándose una
mano al pecho.
-Y ahora vete –le ordenó con sequedad la mujer.
-Gracias mi…
-¡Rápido! ¡Esfúmate de mi vista! –le apremió en un tono
cortante.
Y tras una elegante reverencia el joven cerró la puerta,
produciendo tras él un sonoro chirrido que se extendió por cada rincón de la
habitación. Instantáneamente Rubí exhaló un suspiro de irritación y se giró
hacia la otra figura presente en la sala, la cual le llevaba un buen rato
observando la escena con una socarrona sonrisa dibujada en la cara.
-No creo que estés en situación de sonreír Naidel, ¿o acaso
no te has dado cuenta de tu estado?
-Me hacía gracia –declaró encogiéndose de hombros.
-¿Y qué es lo que te parece tan gracioso detestable
criatura? –le cuestionó con un deje de repugnancia en la voz.
-Me parece curioso. Soy perfectamente consciente de que me
encuentro maniatada de pies a cabeza mientras los grilletes me van cortando
poco a poco la circulación, más reconozco que lo que yo he hecho ha sido
desobedecerte a consciencia y liberar a mis hijos de tus sucias zarpas, pero lo
que ese muchacho ha realizado no ha sido sino derramar una insignificante copa
de vino, que por muy añejo y valioso que sea no justifica el castigo casi
impuesto. Ya que sé de la existencia de la magia en ti y la capacidad de ésta
de borrar cualquier mancha de cualquier vestimenta por muy compleja que esta
sea.
-¿Y? –declaró la Emperatriz con indiferencia.
-Me resulta divertida la idea de que el poder te ha ido
absorbiendo de tal manera que hayas llegado a creerte una diosa.
-Vaya vaya, quizá no estés tan desencaminada querida Naidel…
–enunció a la vez que formaba lentamente una macabra sonrisa en su semblante,
el cual poco a poco dejaba de ser humano–. Y ahora que ya me he cansado de
perder el tiempo voy a ver que me cuentas –dijo mientras se acercaba
sigilosamente a Naidel, hasta el punto de llegar notar la casi vertiginosa
velocidad de su respiración insegura, y en un rápido movimiento le colocó con
delicadeza su mano sobre la frente mientras una potente chispa bañaba la
habitación en su totalidad de una irradiación insoportable–. Bien, veamos que me susurran tus recuerdos, querida.
La luz cesó paulatinamente dando lugar a un lúgubre
escenario de hologramas blanquecinos. La escena representaba a una mujer y una
joven, que mordía sus labios en un vano intento de reducir el temblor
desesperados de estos, que a su vez intentaban aplacar la necesidad de llorar
desesperadamente. La mujer poseía una voz apaciguadora y sus suaves gestos
acariciaban lentamente el aire, mientras le recitaba a la muchacha la situación
de algún lugar del inmenso mundo.
-Que interesante a la par que divertido, ¿no crees? –objetó
la Emperatriz mientras ensanchaba su sonrisa tras observar con satisfacción la
cara de incredulidad de la mujer que se había dejado caer a su lado todo lo que
podía, ya que las cadenas la suspendían vagamente–. Madre mía… ¡Cómo pasa el
tiempo! Y pensar que apenas hace dos días Lithien no sabía tenerse en pie… y
mírala ahora, está hecha toda una mujer. Es segura y madura, y me atrevería a
decir… NECIA –declaró enfatizando cada una de las letras de aquella palabra,
mientras una mueca de asco se dibujaba en su semblante–. Pero que se podía
esperar siendo hija de una mujer como tú –enunció escupiendo posteriormente a
la figura que se postraba en el suelo.
-Pues qué triste… ¿no? –susurró la mujer.
-¿Mmmm? Habla más alto, sabes que odio que susurréis de esa
manera tan irritante.
-DIGO QUE ES UNA PENA, ¿NO? –gesticuló alzando notablemente
el tono de su voz.
-¿Por qué debería? –preguntó Rubí con indiferencia.
-Porque resulta que ha sido esa niña estúpida la que ha
burlado a TUS guardias y se ha reído en TU cara al escapar de TI –sentenció
mientras levantaba costosamente su cabeza para dedicarle a su soberana una
mirada burlona–. ¿Qué pasa? ¿No esperabas esa respuesta?
-¡CALLÁTE DETESTABLE CRIATURA INFERIOR! –aulló en un
chillido desgarrador la emperatriz a la vez que propinaba a su prisionera una
patada en el estómago que la hacía convulsionarse para aplacar el dolor.
-Vaya vaya… –rió costosamente Naidel, escupió un poco de
sangre para aclarar su teñida garganta y prosiguió–. Creo… que… debo… contarte…
un… secreto… Tú… puedes… matarme… pero… no… puedes… acabar… con… el…
pensamiento… que… yo… persigo… –pausó para respirar profundo. Hablar, suponía
un gran esfuerzo, cada palabra pronunciada equivalía al dolor infernal de mil
cristales incrustándose por toda su garganta–. Puedes… acabar… conmigo… pero…
mañana… otros… reanudarán… lo… que… yo… deje… a medias.
-Bien, tú te lo has buscado –declaró Rubí indiferente–.
Pensaba dejar a tus queridos hijitos en paz, pero gracias a tu actuación no me
queda otra que castigarlos. Qué injusto, ¿no crees? Que los hijos tengan que
pagar los errores de sus padres. Pero ¿qué se le va a hacer? –finalizó
encogiéndose de hombros.
-Pero… tú… no… sabes… dónde… están…
-O sí, sí que lo sé. ¿Acaso no has prestado atención al
holograma de antes? –Le cuestionó en tono de desaprobación– Claro, se me
olvidaba explicarte que puedo oír cosas que ningún despreciable plebeyo
lograría a escuchar en su corta vida. Bueno, al grano. Eran tus recuerdos
Naidel, gracias a ellos ahora sé dónde encontrar a tus hijos. De hecho ahora mismo
hay alguien de camino, un profesional. Míralo por el lado bueno… así hay menos
posibilidades de que falle el tiro, de esa manera morirán sin sufrimiento, ¿no
crees que es lo mejor Naidel?
-No… –susurró en un grito ahogado Naidel, la cual estaba a
punto de entrar en trance. Algo la recorría por dentro, algo que la mataba
lentamente
- Bueno, –continúo Rubí con voz solemne– todo ello siempre y cuando el
bosque no se apoderé de ambos… Deberías saber, que de hecho una parte de mi
magia reside en aquel bosque y todo el que se adentra en él sucumbe a su
locura, a la locura del… –enmudeció de repente temiendo
haber hablado demasiado, pero pudo observar que la mujer seguía tendida en el
suelo con mirada perdida, sin prestar el más mínimo interés por lo que decía.
Aprovechando esto cambió de tema rápidamente–. Por tu parte serás
ahorcada dentro de dos días en la Plaza de Abastos para que todos los
habitantes sepan lo que no se debe hacer y sean conscientes de las consecuencias de
tales actos –sonrió
triunfante mientras colocaba sus brazos en forma de jarra.
-Mis… niños… –gesticuló Naidel haciendo caso omiso de las palabras
anteriores, para posteriormente desfallecer.
-Vaya vaya, veo que el veneno depositado en la cuchilla, situada en la punta de mi zapato,
ha sido todo un éxito. Pero tranquila mujer, solo hay la suficiente dosis como
para hacerte sufrir un ratito, no voy a acabar contigo aún, hacía mucho que no
me divertía tanto –declaró orgullosa mientras describía en el aire un giro
elegante que levanto suavemente los bordes de su, ahora pulcro, vestido, los cuales
antes de desaparecer tras la puerta frenaron para sentenciar su última
aparición. Y una carcajada se alzó a través de todos los laberínticos pasillos
del palacio, produciendo un eco reiterativo como respuesta a aquel grito de
triunfo. Mientras una sombra negra se perdía tras los cálidos tapices de los
pasillos heladores, una sombra a la que el tiempo consumía, agotando poco a
poco su alma humana, convirtiéndola en el temor de todo hombre.