Los días durante la estancia de Madeleine en Aranda fueron
muy agradables para ésta. Eryx la enseñaba cada rincón de la ciudad y las
historias que estos escondían. La que más le gustó a Madeleine es aquella del
hombre que dio su corazón para construirle un jardín a su amada. También estaba
la del ruiseñor que cantó día y noche al viejo olmo de la plaza, a la que la daba
nombre, hasta que el viento acabó aprendiéndose su melodía, y se dice que si
prestas atención puedes oír todavía su eco. Eryx era un guía magnífico, ya que
desprendía de sí oleadas de entusiasmo contagiosas que hacían que cualquiera
que hubiese estado con él, en este caso Madeleine, se hubiera emocionado con una
simple luciérnaga. Cuando le contó a Madeleine la historia de aquel dibujante
que hacía cobrar vida a sus ilustraciones, sus ojos azul marino le brillaban tanto
de la emoción que parecía que en ellos se reflejaba el firmamento.
Así pasaban los días, el uno junto al otro compartiendo
historias y risas. Mientras, las heridas del soldadito iban cicatrizando poco a
poco, Madeleine para alegrarle el día de vez en cuando iba con Eryx al río,
buscaban cualquier figura del paisaje que les llamara la atención, creaban una
historia para ella e iban a contársela a Araon.
-Eryx…
-¿Si?
-¿Cómo es que en un país de juguetes hay magos humanos?
-Porque en un principio en este mundo solo había humanos y alguna que otra criatura como elfos, orcos, minotauros..., algunos de ellos magos, y de
hecho de Aranda en adelante lo único que encontraras son humanos y demás, la mayoría de
ellos ni si quiera serán magos. Pero un día un hombre llamado Myron, también
conocido como el Juguetero, decidió hacer cobrar vida a los juguetes, poniendo
la escusa de que estos eran de alma más noble. Cruzó el desierto de Mirtaña,
atravesó las montañas de Jaument y en un prado repleto de flores, creó Morill.
La verdad es que los magos nunca nos hemos llevado muy bien con Myron, ya que
además de abandonarnos a nuestra suerte, siendo él nuestro jefe, ha creado a la
muñequita de porcelana que nos desterró de nuestro hogar.
-A mí me parece que el juguetero no debe ser tan arrogante como
lo pintáis vosotros. Yo creo que es amable y sincero. –Argumentó Madeleine con
una mirada risueña.
-No sé. Yo lo veo como una persona un poco prepotente y
despreocupada. Pero gracias a él he
conocido a la que hoy es mi mejor amiga,
por lo que no todo lo que ha hecho es tan malo. –Le respondió Eryx sonriéndola.
Madeleine le devolvió la sonrisa y clavó la mirada en el
suelo.
-Tengo miedo…
-¿Por qué?
-No sé lo que está pasando, este mundo es nuevo para mí.
Tengo que derrotar a un dragón y no sé, tampoco, cómo lo voy a lograr. Si al
menos fuera como tú… Podría matarlo con magia. Pero yo no tengo nada que le
pueda hacer daño a una bestia.
-Ni mi magia puede matar a ese dragón. Pero estoy seguro de
que tienes mucho más de lo que crees dentro de ti.
-Eryx prométeme que siempre estarás a mi lado.
-De eso no tengas ni la menor duda –el muchacho miraba fijamente a Madeleine– No dejaré que
nadie, por nada del mundo, te haga daño. Pero a cambio debes prometerme lo
mismo.
La seriedad con la que Eryx le respondió enterneció a
Madeleine, que no dudó en abrazarlo.
-Por supuesto, eres mi amigo ¿recuerdas?
-Jamás lo olvidaré.
A la mañana siguiente, Eryx, esperó impaciente la llegada de
Madeleine sentado, como siempre, en el salón en el que días atrás Madeleine se
había alegrado tanto de ver a sus amigos. Y cuando ésta entró en la estancia,
Eryx, casi se da de bruces contra suelo debido a que, de lo rápido que corrió
al encuentro de su amiga, no vio la maceta que ante él se situaba y tropezó.
-¡Cuidado! Que al final vas a resultar tú casi más peligroso
que el Drauk.
-Ya... Respecto a eso... –Eryx no cabía en sí de la emoción– ¡Ya sé cómo saber qué debes de hacer para derrotarlo!
-¡¿Cómo?!
-Vamos a ir a ver a Lavinia, la adivina del pueblo, y ella
nos lo indicará.
-¡¿Qué?! ¿Llevo aquí un mes y no se te ha ocurrido esa idea
antes?
-Es que estaba tan ocupado enseñándote la ciudad... –El
joven no pudo evitar sonrojarse.
-Bueno, eso da igual. –Respiró hondo para controlar sus
nervios- Lo importante es que me lleves a verla lo antes posible.
-¡Pues en marcha!
La agarró fuertemente de la mano y comenzó a correr
llevándola, de la sala hasta el exterior de la casa, y del exterior de la casa
a las afueras de la ciudad, hasta pararse en seco enfrente de una isba de
pequeño tamaño. Estos impulsos de Eryx al principio asustaban un poco a
Madeleine, pero poco a poco la joven fue acostumbrándose hasta parecerle de lo
más normal.
-¡Tachán! He aquí la humilde morada de Lavinia.
Ante ellos se alzaba insignificante pero segura una pequeña
chabola. Estaba construida de piedra blanca y por su pared trepaba, caprichosa,
una enredadera. Alguien debía tener encendido el fuego debido a la humeante
chimenea de ladrillo rojo. El suelo del porche estaba decorado con guijarros de
diversos colores y una hilera de tulipanes conformaba un pequeño jardín. Al
lado de la casa se situaba un charco poblado por una cantidad de flores de
loto, que a Madeleine le parecieron hermosas.
-Pensé que sería más grande, pero no está mal. –Comentó
Madeleine encogiéndose de hombros.
Y con un ágil movimiento de dedos Eryx llamó a la puerta.
Una ancianita de pelo color ceniza les abrió la puerta y les dedicó una sonrisa
cálida, a la vez que les invitaba con una mano a entrar. La casa estaba llena
de todo tipo de objetos, pero todos ellos colocados al milímetro para resultar
acogedor y hermoso. Había desde plumas de faisanes y figuras de marfil a
humildes recipientes con hierbas medicinales en su interior.
-¿Y bien? –preguntó la ancianita.
-¿Eh? Ah… Queríamos saber, pues… que he de hacer para vencer
al Drauk y eso…
-Con que tú eres Madeleine…
La anciana se dirigió hacia los tarros que, con tanto
cuidado habían sido colocados, dejó que sus yemas recorrieran ágiles los
contornos de todos ellos, hasta frenarse en seco en uno, cuyo interior contenía
unas hierbas trituradas de color esmeralda, y tras un momento de vacilación lo
aferró a su mano y lo llevó hacia la mesa. Una vez allí abrió el frasco y
esparció todo su contenido por la mesa dejando que el viento dibujara en él a
su antojo.
- Me temo que te voy a dar una mala noticia… –Madeleine tragó
saliva esperándose lo peor– Claro que no puedes vencer a Drauk tal como eres
ahora. Por ello debes ir al Bosque de las Sombras. Allí has de buscar un
pequeño palacio situado en el medio de un valle. Llamarás a la puerta y una
mujer, cuya apariencia desconozco, te recibirá. Posiblemente al principio no
acceda dejarte entrar en su morada. Pero tu única salida será insistir.
Confórmate con lo que te diga y no reproches ante la más mínima oferta de
alojamiento, solo así vencerás al Drauk.
Mientras las palabras iban saliendo por la boca de la
ancianita, el rosto de Eryx iba volviéndose cada vez más pálido.
-Pero es solo una niña… ¡¿Estás loca?! –reprocho éste.
-No nos queda otra –expuso la anciana.
-No entiendo nada. ¿Qué es ese castillo? ¿Quién es esa
mujer? ¿Y qué hay de peligroso en el bosque?
-Ese castillo es la mejor escuela de magos que existe…
-¡Pero el bosque es una ratonera! ¡Una trampa! Nadie ha
salido con vida de ahí… ¡Y los pocos que salieron no volvieron muy cuerdos! –le
cortó Eryx a Liviana– Y para colmo está esa mujer… Dicen que es malévola como
ninguna. Y de no conseguir su oferta, de entrar en el castillo, te…
-¡Ya basta muchacho! –gritó la anciana penetrándole con la
mirada sin escrúpulos, lo cual hizo enmudecer a Eryx– Madeleine… –dijo con un
tono más apaciguador– No solo los habitantes de Morill, sino todo el mundo de
Asment (El reino mágico) confía en ti. Yo confío en ti. Mañana saldrás.
-¡¿Mañana?! –Eryx no pudo aguantar más– ¡Ni siquiera sabe
cómo es el bosque!
-Nadie lo sabe ¿recuerdas?
-¡Peor me lo pones! ¡¿La quieres matar a caso?! ¡No ent…
-Eryx… –reprochó la muchacha, mientras le intentaba
tranquilizar poniendo le la mano en el hombro– Se que es peligroso, sé que no
entiendo nada. Pero yo no vine aquí para quedarme, y me conmueve que quieras
protegerme, pero tú sabías mejor que yo que esto tenía que pasar…
-Pero…
-No. Sé que ha sido, tal vez, muy precipitado. Pero no
intentes evitar lo inevitable, por favor.
-¡¡Estáis todos locos!!
-¡YA BASTA! –le cortó Madeleine, un poco más cabreada– ¡No tengo
que hacer lo que tú quieras! ¡Vine aquí con una misión y no era quedarme de
brazos cruzados mientras fuera de este bosque sufren personas! ¡¿A caso crees
que soy muy niña?! ¡¿Qué no estoy preparada?!
-¡SÍ! ¡SOLO ERES UNA NIÑA! ¡JAMÁS VAS HA PODER MATAR AL
DRAUK!
Eryx enmudeció, se había pasado, y no esperaba que la
reacción de Madeleine fuese la mejor. Pero el monstruo de la ira se iba apoderando
de él, y sabía que no podía retenerlo. Se iba alimentado de su rabia poco a
poco, dando lugar a cataratas de energía, que le acababan agotando. Si hubiese
podido, habría caído de rodillas al suelo dejando que las lágrimas corrieran
libres y caprichosas por sus mejillas, pero su orgullo se lo impedía, y el
ahogo entre la boca y la faringe era cada vez mayor.
-¡¡ERES UN EGOÍSTA!! ¡SOLO PIENSAS EN LO QUE QUIERES TÚ!
¡ESTA DECISIÓN ES MÁS DIFÍCIL PARA MÍ DE LO QUE TE CREES!
Estas palabras hirieron profundamente a Eryx, el cual sin
pensárselo dos veces la dijo:
-¿Sabes? ¡Ojalá nunca te hubiese conocido!
Madeleine, no lo soportó más y salió corriendo hacia la
puerta por la que, minutos atrás, había entrado. Eryx se giró para mirar a
Lavinia, que no había aportado ni la más mísera palabra en toda aquella
disputa, pero pudo apreciar que su semblante indicaba desaprobación y,
sobre todo, decepción.