domingo, 23 de febrero de 2014

CAPÍTULO 5º

Los días durante la estancia de Madeleine en Aranda fueron muy agradables para ésta. Eryx la enseñaba cada rincón de la ciudad y las historias que estos escondían. La que más le gustó a Madeleine es aquella del hombre que dio su corazón para construirle un jardín a su amada. También estaba la del ruiseñor que cantó día y noche al viejo olmo de la plaza, a la que la daba nombre, hasta que el viento acabó aprendiéndose su melodía, y se dice que si prestas atención puedes oír todavía su eco. Eryx era un guía magnífico, ya que desprendía de sí oleadas de entusiasmo contagiosas que hacían que cualquiera que hubiese estado con él, en este caso Madeleine, se hubiera emocionado con una simple luciérnaga. Cuando le contó a Madeleine la historia de aquel dibujante que hacía cobrar vida a sus ilustraciones, sus ojos azul marino le brillaban tanto de la emoción que parecía que en ellos se reflejaba el firmamento.
Así pasaban los días, el uno junto al otro compartiendo historias y risas. Mientras, las heridas del soldadito iban cicatrizando poco a poco, Madeleine para alegrarle el día de vez en cuando iba con Eryx al río, buscaban cualquier figura del paisaje que les llamara la atención, creaban una historia para ella e iban a contársela a Araon.
-Eryx…
-¿Si?
-¿Cómo es que en un país de juguetes hay magos humanos?
-Porque en un principio en este mundo solo había humanos y alguna que otra criatura como elfos, orcos, minotauros..., algunos de ellos magos, y de hecho de Aranda en adelante lo único que encontraras son humanos y demás, la mayoría de ellos ni si quiera serán magos. Pero un día un hombre llamado Myron, también conocido como el Juguetero, decidió hacer cobrar vida a los juguetes, poniendo la escusa de que estos eran de alma más noble. Cruzó el desierto de Mirtaña, atravesó las montañas de Jaument y en un prado repleto de flores, creó Morill. La verdad es que los magos nunca nos hemos llevado muy bien con Myron, ya que además de abandonarnos a nuestra suerte, siendo él nuestro jefe, ha creado a la muñequita de porcelana que nos desterró de nuestro hogar.
-A mí me parece que el juguetero no debe ser tan arrogante como lo pintáis vosotros. Yo creo que es amable y sincero. –Argumentó Madeleine con una mirada risueña.
-No sé. Yo lo veo como una persona un poco prepotente y despreocupada.  Pero gracias a él he conocido a la que hoy es  mi mejor amiga, por lo que no todo lo que ha hecho es tan malo. –Le respondió Eryx sonriéndola.
Madeleine le devolvió la sonrisa y clavó la mirada en el suelo.
-Tengo miedo…
-¿Por qué?
-No sé lo que está pasando, este mundo es nuevo para mí. Tengo que derrotar a un dragón y no sé, tampoco, cómo lo voy a lograr. Si al menos fuera como tú… Podría matarlo con magia. Pero yo no tengo nada que le pueda hacer daño a una bestia.
-Ni mi magia puede matar a ese dragón. Pero estoy seguro de que tienes mucho más de lo que crees dentro de ti.
-Eryx prométeme que siempre estarás a mi lado.
-De eso no tengas ni la menor duda –el muchacho  miraba fijamente a Madeleine– No dejaré que nadie, por nada del mundo, te haga daño. Pero a cambio debes prometerme lo mismo.
La seriedad con la que Eryx le respondió enterneció a Madeleine, que no dudó en abrazarlo.
-Por supuesto, eres mi amigo ¿recuerdas?
-Jamás lo olvidaré.
A la mañana siguiente, Eryx, esperó impaciente la llegada de Madeleine sentado, como siempre, en el salón en el que días atrás Madeleine se había alegrado tanto de ver a sus amigos. Y cuando ésta entró en la estancia, Eryx, casi se da de bruces contra suelo debido a que, de lo rápido que corrió al encuentro de su amiga, no vio la maceta que ante él se situaba y tropezó.
-¡Cuidado! Que al final vas a resultar tú casi más peligroso que el Drauk.
-Ya... Respecto a eso... Eryx no cabía en sí de la emoción ¡Ya sé cómo saber qué debes de hacer para derrotarlo!
-¡¿Cómo?!
-Vamos a ir a ver a Lavinia, la adivina del pueblo, y ella nos lo indicará.
-¡¿Qué?! ¿Llevo aquí un mes y no se te ha ocurrido esa idea antes?
-Es que estaba tan ocupado enseñándote la ciudad... –El joven no pudo evitar sonrojarse.
-Bueno, eso da igual. –Respiró hondo para controlar sus nervios- Lo importante es que me lleves a verla lo antes posible.
-¡Pues en marcha!
La agarró fuertemente de la mano y comenzó a correr llevándola, de la sala hasta el exterior de la casa, y del exterior de la casa a las afueras de la ciudad, hasta pararse en seco enfrente de una isba de pequeño tamaño. Estos impulsos de Eryx al principio asustaban un poco a Madeleine, pero poco a poco la joven fue acostumbrándose hasta parecerle de lo más normal.
-¡Tachán! He aquí la humilde morada de Lavinia.
Ante ellos se alzaba insignificante pero segura una pequeña chabola. Estaba construida de piedra blanca y por su pared trepaba, caprichosa, una enredadera. Alguien debía tener encendido el fuego debido a la humeante chimenea de ladrillo rojo. El suelo del porche estaba decorado con guijarros de diversos colores y una hilera de tulipanes conformaba un pequeño jardín. Al lado de la casa se situaba un charco poblado por una cantidad de flores de loto, que a Madeleine le parecieron hermosas.
-Pensé que sería más grande, pero no está mal. –Comentó Madeleine encogiéndose de hombros.
Y con un ágil movimiento de dedos Eryx llamó a la puerta. Una ancianita de pelo color ceniza les abrió la puerta y les dedicó una sonrisa cálida, a la vez que les invitaba con una mano a entrar. La casa estaba llena de todo tipo de objetos, pero todos ellos colocados al milímetro para resultar acogedor y hermoso. Había desde plumas de faisanes y figuras de marfil a humildes recipientes con hierbas medicinales en su interior.
-¿Y bien? –preguntó la ancianita.
-¿Eh? Ah… Queríamos saber, pues… que he de hacer para vencer al Drauk y eso…
-Con que tú eres Madeleine…
La anciana se dirigió hacia los tarros que, con tanto cuidado habían sido colocados, dejó que sus yemas recorrieran ágiles los contornos de todos ellos, hasta frenarse en seco en uno, cuyo interior contenía unas hierbas trituradas de color esmeralda, y tras un momento de vacilación lo aferró a su mano y lo llevó hacia la mesa. Una vez allí abrió el frasco y esparció todo su contenido por la mesa dejando que el viento dibujara en él a su antojo.
- Me temo que te voy a dar una mala noticia… –Madeleine tragó saliva esperándose lo peor– Claro que no puedes vencer a Drauk tal como eres ahora. Por ello debes ir al Bosque de las Sombras. Allí has de buscar un pequeño palacio situado en el medio de un valle. Llamarás a la puerta y una mujer, cuya apariencia desconozco, te recibirá. Posiblemente al principio no acceda dejarte entrar en su morada. Pero tu única salida será insistir. Confórmate con lo que te diga y no reproches ante la más mínima oferta de alojamiento, solo así vencerás al Drauk.
Mientras las palabras iban saliendo por la boca de la ancianita, el rosto de Eryx iba volviéndose cada vez más pálido.
-Pero es solo una niña… ¡¿Estás loca?! –reprocho éste.
-No nos queda otra –expuso la anciana.
-No entiendo nada. ¿Qué es ese castillo? ¿Quién es esa mujer? ¿Y qué hay de peligroso en el bosque?
-Ese castillo es la mejor escuela de magos que existe…
-¡Pero el bosque es una ratonera! ¡Una trampa! Nadie ha salido con vida de ahí… ¡Y los pocos que salieron no volvieron muy cuerdos! –le cortó Eryx a Liviana– Y para colmo está esa mujer… Dicen que es malévola como ninguna. Y de no conseguir su oferta, de entrar en el castillo, te…
-¡Ya basta muchacho! –gritó la anciana penetrándole con la mirada sin escrúpulos, lo cual hizo enmudecer a Eryx– Madeleine… –dijo con un tono más apaciguador– No solo los habitantes de Morill, sino todo el mundo de Asment (El reino mágico) confía en ti. Yo confío en ti. Mañana saldrás.
-¡¿Mañana?! –Eryx no pudo aguantar más– ¡Ni siquiera sabe cómo es el bosque!
-Nadie lo sabe ¿recuerdas?
-¡Peor me lo pones! ¡¿La quieres matar a caso?! ¡No ent…
-Eryx… –reprochó la muchacha, mientras le intentaba tranquilizar poniendo le la mano en el hombro– Se que es peligroso, sé que no entiendo nada. Pero yo no vine aquí para quedarme, y me conmueve que quieras protegerme, pero tú sabías mejor que yo que esto tenía que pasar…
-Pero…
-No. Sé que ha sido, tal vez, muy precipitado. Pero no intentes evitar lo inevitable, por favor.
-¡¡Estáis todos locos!!
-¡YA BASTA! –le cortó Madeleine, un poco más cabreada– ¡No tengo que hacer lo que tú quieras! ¡Vine aquí con una misión y no era quedarme de brazos cruzados mientras fuera de este bosque sufren personas! ¡¿A caso crees que soy muy niña?! ¡¿Qué no estoy preparada?!
-¡SÍ! ¡SOLO ERES UNA NIÑA! ¡JAMÁS VAS HA PODER MATAR AL DRAUK!
Eryx enmudeció, se había pasado, y no esperaba que la reacción de Madeleine fuese la mejor. Pero el monstruo de la ira se iba apoderando de él, y sabía que no podía retenerlo. Se iba alimentado de su rabia poco a poco, dando lugar a cataratas de energía, que le acababan agotando. Si hubiese podido, habría caído de rodillas al suelo dejando que las lágrimas corrieran libres y caprichosas por sus mejillas, pero su orgullo se lo impedía, y el ahogo entre la boca y la faringe era cada vez mayor.
-¡¡ERES UN EGOÍSTA!! ¡SOLO PIENSAS EN LO QUE QUIERES TÚ! ¡ESTA DECISIÓN ES MÁS DIFÍCIL PARA MÍ DE LO QUE TE CREES!
Estas palabras hirieron profundamente a Eryx, el cual sin pensárselo dos veces la dijo:
-¿Sabes? ¡Ojalá nunca te hubiese conocido!
Madeleine, no lo soportó más y salió corriendo hacia la puerta por la que, minutos atrás, había entrado. Eryx se giró para mirar a Lavinia, que no había aportado ni la más mísera palabra en toda aquella disputa, pero pudo apreciar que su semblante indicaba desaprobación y, sobre todo, decepción.

sábado, 15 de febrero de 2014

CAPÍTULO 4º

Madeleine giró levemente su cabeza y miró por el rabillo del ojo la escena que se daba tras de sí. Unos veinte caballeros les perseguían y a ese paso no tardarían mucho en dar con ellos. Cerró los ojos apartando la imagen, de sus amigos y ella atrapados, de su cabeza. Tampoco parecía entender al loro, ¿cómo el entrar en un bosque les iba a salvar de lo que parecía una horda de caballeros sedientos de muerte? Y peor aún. ¿Por qué estaba siguiendo a un loro? En su mundo los loros solo eran criaturas que no paraban de repetir y repetir lo que se les decía. Entonces lo comprendió todo, se trataba de un sueño. Los juguetes no están vivos y los loros no tienen conciencia. Y sin pensárselo dos veces se frenó en seco mientras pensaba “Si todo es un sueño entonces no podrán hacerme daño, no podrán, no podrán, no p…” De repente algo, o mejor dicho alguien, tiró de ella, el soldadito de la juguetería la había cogido del brazo y la empujaba  hacia la arboleda insistentemente.
-¡SOLO ERES UN SUEÑO! –Gritó Madeleine a pleno pulmón.
-¡Deja de decir tonterías y corre o conseguirás que nos maten a todos! –le replicó él con su mirada clavada en los ojos color miel de la muchacha.
-¡SOLO UN S…! ¡AH! –Una lanza le había pasado silbado por encima del hombro y la había herido. No era un sueño. Todo aquello era muy real e involuntariamente se dejó llevar por el soldadito hasta el bosque.
Para la sorpresa de Madeleine los caballos se frenaron en seco y empezaron a moverse de un lado a otro asustados. Pero apenas tuvo tiempo de analizar aquella escena, el dolor de la herida hacía que le flaqueasen las piernas y no tardó mucho en desplomarse al suelo.
Se despertó y al alzar la mirada descubrió que se situaba en una estancia enorme. Se acomodó sentada en la cama, ésta resultaba muy confortable y estaba cubierta por un dosel  blanco. Por la ventana entraban, tímidos, los rayos de sol, ya que las cortinas estaban corridas, y sin dudarlo se levantó de un salto, se precipitó hacia las cortinas y bruscamente las abrió dejando que la luz del sol la bañase el rostro, Madeleine no pudo evitar sonreír ante la agradable sensación que le producían los rayos de sol que se reflejaban en su semblante.
-Si te sigues asomando tanto por la ventana vas a conseguir caerte.
Madeleine dio un respingo al oír aquella voz. Se giró de golpe y pudo observar que en un sillón de terciopelo rojo estaba sentado un muchacho que era más o menos un año mayor que ella. La luz que Madeleine había dejado entrar por las cortinas le marcaban los ángulos perfectos de su figura.
-Yo… Yo no me había fijado en que estuvieras aquí… Lo siento si te he molestado… -Expuso Madeleine cabizbaja intentando no mirarle a los ojos.
-No pasa nada. Era yo el que estaba esperando que te despertaras, llevas dos días dormida. –Dijo el muchacho apartándose con una mano los mechones negros que se a galopaban sobre su frente.
-¡¿Dos días?! –Le respondió ella sorprendida. Entonces lo recordó todo, hasta lo estúpida que había sido parándose en medio de aquel prado y poniendo en peligro a sus amigos. Ante su comportamiento no pudo evitar sonrojarse de vergüenza, sumiendo la habitación de un denso silencio.
-Por cierto me llamo Eryx. –Comentó éste para romper el hielo.
-Yo Madeleine.
-Lo sé –Le respondió con una sonrisa en los labios. –Me lo ha dicho Áraon.
-¿Áraon?
-El soldadito que te trajo aquí cuando te desmallaste.
Madeleine se dio cuenta de que no sabía el nombre de ninguno de sus amigos, ni de dónde estaban. Se volvió a asomar por la ventana y pudo observar que se encontraban a unos treinta metros del suelo, sobre un árbol y de que los alrededores estaban poblados por casas de madera unidas por entamados de puentes. Era un lugar hermoso. Por el suelo discurría el río más cristalino que Madeleine había visto jamás y al fondo se localizaban tres cataratas que llevaban el agua por las laderas de aquel valle.
-¿Y el Loro?
-¿Qué loro? –Se sorprendió Eryx ante la pregunta de Madeleine, que llevaba un rato mirando por la ventana obnubilada. -¡Ah sí! El loro se llama… Adan. Sí, eso es, Adan.
-Adan… Me gusta como suena. –Sonrió Madeleine mientras jugueteaba con su cabello pelirrojo– ¡Qué ciudad más hermosa! ¿Cómo se llama?
-Aranda, la ciudad colgante del Bosque Escondido. Fue una agrupación de magos exiliados de Morill la que encontró este valle y levantó en él la ciudad que hoy en día es. Pero la Emperatriz no los iba a dejar marchar tan fácilmente. Por lo que para impedir la entrada de ésta y de sus secuaces el mago Adelphos levantó una barrera mágica para proteger todo el bosque y a sus habitantes. Pero el bosque es muy grande y para protegerlo entero se requeriría una descomunal cantidad de energía y Adelphos necesitó dar hasta su último aliento para lograrlo. De hecho en la plaza central hay una estatua en conmemoración al héroe muerto por su patria.
-Entonces eres un mago… –Madeleine se quedó analizando un momento la escena de su huída, concretamente cuando los caballos se frenaron en seco y comenzaron a ir de un lado a otro como si intentaran encontrar la manera de entrar en el bosque y algo se lo impidiese. Entonces recordó a sus amigos, no había ido todavía a ver a Áraon ni a Adan y apostaría lo que fuese a que estarían preocupados por ella. Además debía disculparse con Áraon por lo ocurrido durante su huida.– ¿Me podrías llevar a ver a mis amigos? Deben estar preguntándose dónde estoy, y yo aquí hablando contigo mientras ellos estarán muy preocupados…
-Pues no se hable más. –Y de un salto el muchacho se levantó de la silla, agarró la mano a Madeleine, abrió la puerta y empezó a conducirla por pasillos que, según pensaba Madeleine, poco les faltaba para ser un laberinto, hasta llegar a un salón poblado de todo tipo de flores y en cuyo centro se situaban dos figuras, sentadas en unos sillones de lino, a las que Madeleine reconoció al instante. Sin dudarlo soltó la mano del muchacho y se echó en los brazos de Áraon a la vez que las lágrimas comenzaban a invadir sus ojos.
-Lo siento mucho. Siento haber dudado de ti y de Adan. ¿Podrás perdonarme?
Este gesto pareció enternecer al loro y al soldadito, el cual la abrazó y le dijo al oído.
-Tranquila, es mucho peso el que carga sobre tus hombros. Es normal que estés confusa después de lo rápido que ha ocurrido todo. –Le secó las lágrimas con sus manos y le preguntó– ¿Y qué tal la herida, va bien? –La muchacha sonrió y se subió la manga de la camisa, dejando ver así un pequeño rasguño sobre la superficie de su piel– ¡Perfecto! Pero yo tengo algún que otro roce, por lo que necesitaremos quedarnos algún que otro día más. Eso si a tu amigo no le importa cuidarte y mostrarte las maravillas de este mundo.
-¡Por supuestísimo! –Respondió al instante Eryx al cual se le había iluminado el rostro– Lo haré encantado.