Nada más cerrarse la puerta de la estancia número 12
Madeleine salió corriendo hacia la última planta, en la que se situaba la
biblioteca. Quería aprender magia cuanto antes. Al llegar a su destino se quedó
boquiabierta, si la torre ya era hermosa de por sí… la biblioteca lo era aún
más. Se trataba de una sala construida a base de mármoles y maderas. Levitaba
en el centro de la torre, y solo se podía acceder a ella a través de dos
puentes repletos de estatuillas que representaban al animal denominado Pegaso
en pleno vuelo. Constaba de dos pisos y en su interior se situaba una
gigantesca esfera del mundo que ejercía como mapa de Asment. Todas las
estanterías estaban cubiertas de grabados y sus baldas rebosaban de libros,
algunos de ellos daban a entender, según sus tapas, la cantidad de ojos que los
habían leído y releído. Madeleine respiró una bocanada de aire aún obnubilada,
cruzó el puente lentamente, ausente de todo lo que le rodeaba, prestando
atención única y exclusivamente a aquel maravilloso archivo, deleitando su
vista con aquel magnífico espectáculo, saboreando cada imagen. Sus yemas
rozaban hechizadas los contornos de los libros, provocando con cada roce un
escalofrío en su interior… todo lo que necesitaba se encontraba allí… Pasó un
rato más paseando lentamente por los pasillos de la biblioteca hasta frenarse
en seco delante de un libro, en cuya superficie estaba escrito con letras color
carmín “Guía de inicio al conocimiento de la magia. Por: Edgar Lohuconer” Madeleine sonrió, lo había encontrado. Su
instinto le había guiado hacia el libro exacto que necesitaba. Lo cogió sin
vacilar y, sin salir de su utopía, bajó a su habitación. Una vez dentro se
abalanzó sobre su escritorio mientras abría el libro por su primera página, era
extraño, al parecer la tapa del libro estaba desgastada por los años, pero sus
hojas permanecían impecables e intactas, como si acabasen de ser escritas.
Justo iba a comenzar a leer cuando un fino tintineo invadió su mente por
completo, y sin dudarlo cerró de golpe el libro y se dirigió a todo correr
hacia la cocina. Al entrar pudo descubrir que se trataba de una sala amplia y
sencilla, contenía todo lo que una cocina necesitaba horno, nevera, utensilios…
Encontró allí a Griadel que le brindó una amable sonrisa, Madeleine se la
devolvió.
-Madeleine, ayúdame a llevar los platos y cubiertos al
jardín, a partir de ahora comeremos allí. Estoy harta de tener que manducar en
mi habitación. Supongo que para adaptarse bien habrá que romper alguna de mis
preciadas normas –dijo en una carcajada mientras le guiñaba un ojo a la joven.
Había decidido que ya que la muchacha se iba a quedar un buen periodo en la
torre habría, por lo menos, que llevarse bien.
-¡Por supuesto señora! –exclamó Madeleine sonriendo todavía
más, a la vez que salía corriendo para realizar su cometido.
-¡Ah! Y una cosita más
-¿Si? –dijo la joven dándose media vuelta.
-Haz el favor, no me llames señora. Suena demasiado formal,
basta con que me llames Griadel –le espetó la anciana con una cálida sonrisa en
el rostro.
-De acuerdo señ… Griadel –viró enseguida y salió corriendo
hacia el jardín.
Una vez allí, Madeleine, colocó los recipientes y utensilios
con la delicadeza de una mariposa, se trataba de una vajilla decorada con
minuciosas pinturas que fijo había costado una dineral, y Madeleine no quería
ser la encargada de tener que pagar tantos cuartos. Una vez finalizada su tarea
se sentó para esperar, impaciente, a que Griadel llegara. La elfa apareció
entre los arbustos enseguida acompañada, por supuesto, de un recipiente que
contenía la comida de la tarde. Al alcanzar la mesa sirvió con cuidado la
comida y se sentó. Había cocinado un simple caldo acompañado de carne de
ternera, lo cual desconcertó a Madeleine porque no había ninguna vaca en diez
kilómetros a la redonda. Pero ajena a sus pensamientos disfrutó de la comida,
que fue breve y silenciosa.
-Estaba deliciosa Griadel –declaró Madeleine al acabar su
plato– No sabía que cocinases tan bien. Ahora entiendo porque esta fue una de
las torres más solicitadas en sus tiempos.
-Muchas gracias. Debes saber que no solo la magia es una de
mis especialidades, también lo es cocinar. Pero hay en una cosa en la que te
equivocas… me alaga que pienses que cocino de maravilla, pero en los buenos
tiempos de la torre no era yo la que cocinaba, estaba demasiado ocupada,
imposible cocinar, sobre todo contando con tantos alumnos como había. En
aquellos tiempos teníamos contratado a un personal encargado de cocinar para
los voraces alumnos de la torre. En cambio ahora… –el rostro de la elfa se volvió
sombrío, rememorar aquello que ocurrió le rompía el corazón. Podría haber
actuado cuanto antes, pero infravaloró a aquel joven…
-Lo siento… no debería haber sacado ese tema… –la joven
había agachado la cabeza inconscientemente en símbolo de culpabilidad.
-No pasa nada… No es tu culpa… –enunció la anciana con una
triste sonrisa, “No es culpa de nadie… solo mía…” pensó pesarosamente– Y ahora
si me disculpas me voy a mi cuarto, tengo cosas que hacer. Que pases un buen
día Madeleine.
-Lo mismo digo –respondió ésta automáticamente.
Se quedó algunos minutos más allí sentada, pensando en… la
verdad es que su mente no se encontraba en ningún lugar, simplemente observaba
absorta el paisaje que la rodeaba. Al rato su razón la hizo volver a la
realidad, recordando así que había dejado el libro sobre la mesa, y que no
debía perder ni un segundo en aprender los secretos de la magia.
Al llegar a su habitación se sentó en su escritorio y
comenzó a leer. Pasó toda la tarde allí, sentada, leyendo el libro, ojeando sus
páginas, sin obtener ni el más mísero resultado que compensase su esfuerzo.
Aquel estúpido libro lo único que hacía era decirla cosas inútiles como, por
ejemplo “La magia es una esencia abstracta que desde tiempos inmemorables el
hombre ha intentado dominar a su antojo, sin darse cuenta de que en ellos
mismos está la esencia de la magia, que fluye independiente por sus venas
esperando a ser liberada. Pero para ello debemos situarnos en un lugar
tranquilo donde nadie pueda molestarnos y así buscar nuestra magia interior […]”
Había intentado realizar todos y cada uno de los consejos de aquel libro sin
ningún resultado satisfactorio. Había perdido inútilmente toda una tarde… y eso
la mosqueaba. De repente el sonido de una campanilla inundó la habitación.
“Perfecto –pensó Madeleine– Resulta que ya es de noche y no he avanzado ni lo
más mínimo. Estoy comenzando a pensar que esto de la magia no es lo mío y que
como yo no soy de aquí la magia no fluye por mis venas, o lo mismo estoy
estropeada o algo de eso. Sea lo que sea debo bajar a cenar cuanto antes o si
no me quedaré sin comer.” Y salió a todo correr hacia la planta del sótano,
donde como siempre una figura alta y esbelta la esperaba. Recogió los
cubiertos, subió al jardín y colocó la mesa. Esperando como siempre la llegada
de Griadel, que no tardó en aparecer. Esa noche había verduras, Madeleine se
mordió la lengua para no soltar algún comentario como “¡Jo que asco! ¿En serio
no había otra cosa en la cocina?” Para contenerse pensó en que la anciana ya había
hecho un esfuerzo en dejarla permanecer en la torre y prepararle la comida como
para protestar, sería muy grosero por su parte.
-¿Qué tal los estudios? –enunció Griadel con una siniestra
sonrisa en la boca.
-Mal… –entonces comprendió– Tú lo sabías… por eso me has
dejado quedarme, con la esperanza de que tire la toalla y me marche…
-Eres bastante avispada –dijo la elfa en una carcajada–
Sábete que la magia es algo que sale del corazón, y como es de suponer los
libros no te enseñaran a empezar a emplearla. Como tampoco te enseñaran a
comenzar a amar. Las cosas del corazón no se descubren en los libros y por
mucho que leas jamás lograrás desentrañar el origen de la magia. Haz lo que
quieras, ¿qué si es una trampa y quiero que te marches? Posiblemente. No tengo
inconveniente. Si quieres quedarte perdiendo el tiempo inútilmente en tu
habitación mientras lees, por mí hazlo, como si quieres tirarte todo el día
durmiendo en tu cama. Eres libre de hacer lo que quieras. Claro que yo te
recomendaría marchar a casa con tu familia y dejarte de tonterías.
-No lo entiendes verdad… –susurró Madeleine.
-Habla más alto, no te escucho.
-¡NO LO ENTIENDES! SI TUVIESE LUGAR AL QUE IR, IRÍA. PERO YO
NO TENGO NADA, NO TENGO A NADIE ¡¡¡ESTOY SOLA!!! ¡Y TÚ, EN CAMBIO, SOLO PIENSAS
EN TI Y EN LO QUE TE CONVIENE! –Exclamó la joven con los ojos enrojecidos, no
había podido evitar romper a llorar. – ¡¿HE HABLADO LO SUFICIENTEMENTE CLARO?!
-Sí… –enunció la anciana, que ahora comprendía muchas cosas.
-Pensé que eras simpática, amable… pero se ve que eres como
todas las personas que he conocido hasta ahora y solo piensas en ti y lo que te
viene bien, sin tener en cuenta los sentimientos de los que te rodean. Yo
también soy humana ¿sabes?, tengo un corazón, y si me menosprecian me duele, si
no me tienen en cuenta me hiere. Tengo sentimientos y estoy harta de callarme
siempre a todo, de conformarme con míseras ofertas… ¡ESTOY HARTA! –declaró
Madeleine mientras se echaba a correr hacia su cuarto. Una vez en él se
derrumbó sobre su cama y se quedó allí, dormida por la nana que entonaban sus
tímidos sollozos.
Mientras, una esbelta silueta, se había quedado clavada en
su sitio, reprochándose su actuación, reprochándose sus palabras, reprochándose
su atrevida ignorancia que tanto le había hecho pagar y se lo haría pagar
siempre...
Mas aquella noche solo un ruido silencioso acudió a la
torre, el sonido de los pasos que intentan ser ocultados, los pasos de una
sombra deslizándose por las escaleras, la sombra de una niña que busca cobijo
en los establos, para dormir al pie de su fiel compañero, para descansar al pie
de quien nunca le engañó y nunca le engañará.