…y salió con el soldadito y Madeleine por la puerta que está
había utilizado para entrar en la juguetería.
-¡Rápido que el tiempo corre! – les apremió el loro.
Cuando salieron de la juguetería comenzaron a correr por
aquel descampado repleto de pequeñas florecillas en el que había aparecido
Madeleine tras meterse en aquel arcón, quién la habría mandado introducir el más mísero miembro de su cuerpo en aquel
condenado trasto, pensaba mientras no cesaba de correr desesperadamente hacia
un bosque que se situaba a unos cuantos metros de ellos.
Mientras tanto, unos minutos antes un cuervo negro como la
pez había entrado en el palacio de la Emperatriz Rubí. Se trataba de un palacio elaborado con chocolate y recubierto con todo tipo de delicias, las tejas
estaban hechas de caramelo recubierto de sirope, la puerta de barquillos de
chocolate y las ventanas de una piruleta azul muy fina. Se encontraba rodeado de
guardianes que no paraban de moverse de un lado a otro montados en sus
caballitos de juguete en torno a un foso de chocolate caliente.
El cuervo entró rápidamente en la estancia principal, la
sala del trono. Era un recinto enorme edificado también a base de dulces. El cuervo
sobrevoló una alfombra de regaliz y fue a posarse en uno de los reposa brazos del
trono de la Emperatriz.
-¿Qué noticias me traes Kiel? – dijo la Emperatriz con voz serena.
-No muy buenas señora… – le respondió Kiel con voz de angustia.
-Vamos di de que se trata, después de todo no puede ser tan
malo – insistió la Emperatriz.
-Bueno… pues ocurre que… ¿conoces la profecía esa de que una
niña humana te destronaría matando al Drauk y todo eso?... pues… resulta que he
visto a esa misma niña en casa del juguetero y se dispone a ir a ver al Dragón
de la Luz y tal y cual…
La reina comenzó a reírse y le dijo al cuervo con aspecto
divertido en la cara:
-Estate tranquilo Kiel que jamás podrá encontrar al Dragón
de la Luz debido a que yo soy la única que posee el mapa que lleva hacia él,
que ingenua… vaya “salvadora” han escogido los juguetes, parece que están más
estropeados de lo que me temía, quizá deba dejar que el juguetero los arregle un poco.
-Yo no le encuentro la gracia Emperatriz… ya que al loro del
juguetero le vi coger un mapa antes de salir, y no parecía ser como los mapas
que nosotros fabricamos del reino, era distinto. –dijo el cuervo con un tono serio.
La expresión de la cara de la Emperatriz se ensombreció.
-¡Condenado juguetero! –bufó llena de rabia– ¡Te vas a
enterar por haberme engañado rufián! –y rápidamete se dirigió hacia el cuervo
que continuaba posado en el brazo de su trono– ¡Kiel reúne a los caballeros y
llévalos hasta la juguetería!
Se levantó de un salto del trono y se echó a andar hacia la
puerta, por la que minutos antes había entrado el cuervo, sin dejar de lanzar
maldiciones al juguetero. Cruzó el pasillo y bajó las escaleras de la mazmorra
como un cohete, hasta llegar a la puerta de la celda del juguetero.
-¡Me has engañado sabandija miserable! –exclamó descargando
toda su rabia contra los barrotes.
-¿Y qué esperabas? Lo que me extraña es que te hubieses
creído que el mapa que te di era el verdadero. Has tardado mucho en darte
cuenta, poco propio en ti Catalina –dijo el juguetero con sorna.
Hacía mucho que nadie la llamaba por su verdadero nombre,
ella negaba llamarse así; ya que ese nombre le recordaba su desdichado pasado.
Ahora ella era Rubí una respetada y temida Emperatriz y no aquella muñeca de
porcelana a la que todos conocían como Catalina.
-¿A qué viene esa cara? ¿A caso habías olvidado tu nombre?
¿A caso no te acuerdas del nombre que te pusieron tus padres cuando yo te hice?
O es que…
-¡YA VASTA! –gritó roja de rabia Rubí– ¡Respeta a tu
Emperatriz y no oses dirigirte a ella de esa manera! O si no…
-¿O sin no qué? Sabes que no puedes matarme porque tu salud
depende de mí y sabes que yo no me puedo negar a arreglar a un juguete, por muy
vil que sea ese juguete… –dijo el juguetero un poco más serio.
-A ti no pero a tu querida amiguita, la “salvadora” de
Morill, sí y que sepas que no voy a tener piedad con ella. Le diré que te de
las gracias por el favor que la has hecho –dijo con voz triunfante la
Emperatriz mientras subía las escaleras de la mazmorra.
-No hagas eso ella es inocente y no ha hecho nada, no ha
escogido esto…
-No ha hecho nada aún pero lo hará créeme –le corto Rubí.
El juguetero bajó la cabeza en símbolo de derrota mientras
el sonido de los pasos de la Emperatriz se dejaban de oír.
-Catalina, ¿qué te ha pasado? No te reconozco... –dijo
mientras se dejaba caer sobre la cama de su lúgubre celda.